Remember

Otoño casi invierno. Recorremos el Matarranya con un viejo disco de Sonic Youth a todo volumen y el termómetro exterior del coche anclado en el 4. La carretera serpenteante y la niebla, que solo deja ver el inicio de las hileras de olivos, le dan al escaso paisaje un aire Lynchniano. Pasamos por un cruce y recuerdas algo. Sin pensarlo mucho dices “yo aquí he sido muy querida”. Los dos reímos y sacudimos la cabeza al ritmo de la música. Yo no quiero dedicar ni cinco segundos a pensar en lo poco querido que me sentía en el último viaje que hice por esta misma carretera.

Yo te quise más. Tom Spanbauer

Hace algunos días que quería escribir sobre esta novela, pero había algo que me impedía hacerlo. De algún modo estaba bloqueado. Encogido. Castrado. Aún lo estoy. Supongo que no es más que el deseo de no desprenderme del poso que me dejó cerrarla tras leer la última página.

Gayarre Roncal.jpg

Spanbauer como escritor me parece brutal, sus textos son algo tramposos pero a la vez hipnotizantes. Todo tiene una patina autobiográfica que junto a su especial utilización de las estructuras sintácticas y el ritmo, hace de la lectura de sus obras algo compulsivo. Vale, puede que no sea un escritor apto para todo tipo de lectores pero está claro que su estilo (patatas rojas en una palada de tierra) indiferente no deja. A mi este cabrón siempre tiene la capacidad de crearme nostalgia de cosas que no he vivido. Porque anda que no me gustaría haber cultivado una amistad como la que se cuenta en estas páginas. Amistad más allá del amor. Cuando el amor no es posible. O cuando esa es la única forma de amar que merece la pena. Esas miradas a los ojos, lo silencios, las preguntas que duelen, lecturas compartidas y frases cómplices. Tengo que irme tío.

No puedo decir que me haya gustado más que Ahora es el momento, porque fue la obra con la que descubrí al autor y su estilo peligroso, pero me encantaría detener el tiempo, retrasarlo y comenzar a leerla de nuevo, como si fuera primera vez.

Cogí el cuchillo, me lo llevé al pecho, lo clavé con fuerza, corté abajo y en círculo, me arranqué el corazón y lo deposité todavía caliente, en la página. Pero no sangraba bastante. Las palabras sonaban tontas. Mi voz no se proyectaba en el anfiteatro fluorescente, era demasiado aguda, se rompía como la de un adolescente al que acabaran de descenderle los testículos. Joder. No tenía escapatoria. Sonaba como sonaba siempre: un chico católico pidiendo disculpas. Luego, una pausa larga. El largo silencio posterior donde solo se oía mi respiración. Una gota de sudor me resbaló por la parte interna del brazo. Todo brilla, se caliente y se llena.

Fuimos boda

Llegamos con el tiempo justo, con los novios ya en la puerta. ¡Guapooooooooos!. Habíamos quedado pronto pero los retrasos de la peluquería, la falta de aceite y un aparcamiento en el extra-radio de Zaragoza hizo que la prisa nos acompañará. Nada más llegar a Calatayud habíamos encontrado el hotel y visto al novio, buen presagio. La carretera al pueblo nos parecía tan exótica como el nombre del pueblo y al final nos quedamos con las ganas de callejear un poco y acercarnos al embalse. La ceremonia fue de traca. Durante mucho tiempo pensamos que era una cámara oculta. Pero no. Insuperable el deletreo que el cura hizo de la palabra a-m-o-r. Fotos, cañas, bus y al restaurante. Que gusto ver a unos novios, tan relajados y sonrientes. La cena no tuvo desperdicio y la mesa catorce lo dio todo. Y nos lo bebimos todo. Más majicos. De verdad un gustazo. Aunque no fuimos muy afortunados en el reparto de obsequios. Otra vez que nos quedamos sin ramo. Pero la pequeña Sue, arrambló con la liga. ¿Y el hermano del novio?. ¡Guapo!. Por cierto el tinto fue Baltasar Gracian, me gusta. La sesión de baile la abrieron las “bailarinas sorpresa” que interrumpieron el vals, clavando una resultona coreografía para el la, la, la de Shakira. Por cierto hoy he descubierto que cuando dice la misteriosa palabra “lego”, no se refieren a la marca de juguetes, si no a una abreviatura de «Let’s go!». Yo aún aprendo. La barra libre, un fuego imprevisto en el jardín y el rincón de chucherías. Por cierto sin planearlo me fui poniendo casi todos los complementos de la mesa instalada junto al photocall. Ahora lo pienso y creo que mi subconsciente hizo este pequeño homenaje a Chambón, que de esta manera no estuvo ausente. Se acaba la boda, buscamos un antro que nos cobije. Los novios con nosotros. Pero al poco rato apagan la música y dan las luces. Entramos en shock. ¿Dónde nos hemos metido?. Aquí por lo menos se debe de fabricar la droga caníbal. Fuera es de día. Al hotel. Algún que otro lío de camas. Nada fuera de lo normal. Dormir poco y ojo que aún queda la traca. En la puerta del Hotel desde media mañana una charanga y un desfile de vehículos a motor (trailers incluidos), haciendo sonar sus bocinas para recibir la bendición por San Cristobal. ¿A alguien se le ocurre tortura mayor para una resaca?. Así que a devorar kilómetros por la autopista con un coche adornado con flores de plástico y pocas conversaciones coordinadas. Estoy mayor. Que ganas de llegar a casa. Cuanto ajetreo. Que felicidad. ¡Vivan los novios! ¡pero que se vayan a Bali ya!.

mesa14

Los amores breves

La vimos al salir del bar. Rotulador negro sobre pared desconchada. Momentos antes me habías estado contando los detalles de tu último viaje. Una escapada hacía un país que nunca hubieras visitado de no haber caído recientemente en las garras de l’amour. Me contaste vuestros paseos en barca, los menús de los restaurantes, los snacks que debían acompañarse de cerveza y otras veintipico pequeñas curiosidades. Te dije que hicieras esta foto. Siempre nos gusta reconocer el ingenio de los que hacen que la calle hable. Dos días después me enviaste unos Whatsapps para decirme que lo habíais dejado. Entonces pensé en la fugacidad de la vida, en lo esquiva que se empeña en mostrarse la felicidad y en está foto.

amores breves

El Amour, según Haneke

El día estaba tonto. Uno de esos en los que ahora lluevo un rato, ahora no. Elegimos* el Cine Eliseos por el horario. Pero no la podríamos haber visto en un marco mejor. Ni en una sesión más apropiada, rodeados de toda la “muchachada”. Mucho bastón, mucha laca. Iniciados en el «estilo Haneke» temíamos acabar con el estado de ánimo por los suelos y sobre todo, preveíamos el horror en las caras del público que nos rodeaba a la salida. Al fin y al cabo muchos de ellos andaban en la misma edad que la pareja protagonista: unos franceses muy finos y educados, septuagenarios que aprovechan al máximo sus días de retiro.

Y se apagaron las luces y vimos la película.

Yo nunca me he planteado el tema de la vejez. Yo tampoco demasiado. Bueno, no más allá de ver como mis padres avanzan hacía un punto lejano en el horizonte y chapotean inmersos en ella. Supongo que creo tener tantos problemas que de momento este tiene que esperar a la cola. La película no nos incomodó tanto como otras del mismo director, que aquí sigue fiel a su estilo, frío, impenetrable, descarnado, un cine de bisturí y distancia. Pero estamos ante su película más accesible, más blanca. Sin ser para todos los públicos. Según las señoras que teníamos sentadas detrás: lenta, triste y lenta. Nos sabiendo si más cerca de ser lenta y triste o triste y lenta. Y así hasta que alguien les chisto para que se callarán.

Una peli de amor. De amor a la vida. A la cotidaniedad. Al hacerse con nuevas rutinas. Un amor  pausado, con algunas respuestas pero rodeado de preguntas. Dónde queda la diginidad, qué es hoy en día la soledad, cómo se aprende a gestionar el final… ronronean en nuestra cabeza. Una película de AMOR con mayúsculas en la que no recordamos haber visto ni un sólo beso. Eso, sin beso.

Yo ahora ya tengo varios miedos nuevos. Sí yo uno pequeñito a no tener un George al lado para cuando llegue el momento en el que el piano solo sirva para poner alguna planta y marcos de fotos de otras épocas. Y uno grande a dejar de ser, antes que a dejar de existir. Sabes ahora friego en la cocina con miedo (pero con el grifo cerrado), me detengo y hago oreja, y menos mal que no suena desde la habitación esa letanía…  ¡duele! ¡duele! ¡duele!. ¿Tú que harías?.

*Cronica sentimental que no cinematográfica hecha a medias con @lmoncampos para Join magazine