Cumpleaños al fin y al cabo

Ya está. Ya he terminado de cumplir años. Iré bebiéndome las cervezas que sobraron durante los próximos seis meses y pensando en el peso del tiempo, la madurez y todas esas mierdas. Pero ya puedo hacer balance de los regalos que me han caído. No hay que llegar primero pero hay que saber llegar. Así como te lo canto. Así que ahora tengo un reloj de pulsera difícil de combinar con mi colección de camisetas, una crema y un contorno de ojos antiedad de los buenos, otras cremas naturales, gayumbos pichis, un cuadro, cuadrado y original de un pintor que me gusta, los sellos de Bowie, un juego café de cerámica de Muel, que era un regalo que tenía prometido para mi boda pero que sabiamente se ha adelantado y unos cuantos libros, Madoz (inmenso), Karmelo G. Iribaren, el Hematocrítico, Lamaitre, Julian Barnes… seguro que me dejo algo. Siempre hay que dejarse algo. Una ilusión.

Lanaja junio

Nieve en el llano

Igual llevábamos cinco años sin que nevase en el pueblo. Va y me pilla aquí. Lo que nos alegra a los del llano la nieve. Bueno para un rato. Cientos, que digo cientos, miles de fotos compartidas por el móvil, las redes sociales colapsadas. Que bonito. Cualquier rincón se nos redescubre como especial, cualquier sisallo, un alero, un primer plano de los copos cayendo mansamente tras el cristal de la ventana. Después vendrá el barro, tal vez el hielo, algún resbalón y esa tubería que siempre acaba reventando. Pero ahora toca “la gosadera” así que a abrigarse, a ponerse buen “calcero” y ¡todo el mundo a la calle!.

la nieve

Si no vienes, nunca iremos

Comíamos sepia. No era el vermú. Veníamos de andar entre viñas viejas. Eso también era El saso. Después habíamos cogido el coche para ir a La balsa la cruz. Estábamos algo perdidos. El otoño mancha. Y aún así nos reímos un rato. Comprobamos in situ lo difícil que es que crezcan lo árboles en estos Monegros. Y que guarro es el ser humano. Pero que guarro. Era la segunda vez en dos días que me proponías quedar a tomar un té y volviste a pedir una Coca Cola. La sepia tenía mucho ajo. Tú dijiste algo de un coche nuevo. Yo seguía pensando en que tal vez no fuese mala idea lo del negocio del esparto. Te cedí el último trozo del plato y entonces llegó tu hermano. Fui hacía la barra mientras él cogía una silla. Volví con dos cañas y con el regaliz más grande que tenían entre mis manos.

Marta perdida